La Iglesia está perdiendo el contacto con las nuevas generaciones. Para un nuevo encuentro con el mundo juvenil serían necesarios nuevos códigos narrativos que anuncien el Evangelio junto a los descubrimientos científicos, el medioambiente, la economía, los derechos…
Luigino Bruni
publicado en Il Messaggero di Sant'Antonio el 03/12/2025
El rasgo común de esta época es la carencia de juventud, reforzada por el invierno (e infierno) demográfico, que entre sus muchas causas tiene un cambio antropológico en las mujeres jóvenes, sobre todo occidentales, y por tanto cristianas, que nace de un rechazo de la idea de mujer y madre, idea prometida y promovida durante siglos por el cristianismo, que no ha sabido ver, entender ni respetar a las mujeres en casi todos los niveles. Me sorprendió mucho lo que me dijo hace unos días una amiga de 80 años: “nos quitaron también el deseo de maternidad, el tesoro más precioso de las mujeres”. Los políticos se lamentan por la falta de jóvenes comprometidos en política, en los partidos y en las urnas. Si se escuchan los mundos de las organizaciones no lucrativas y del voluntariado, también estos denuncian la ausencia de jóvenes; por no hablar de la Iglesia, de las parroquias y de los movimientos que desde hace décadas sufren la falta de jóvenes y, por lo tanto, de innovación y de vocación.
¿A dónde se fueron entonces los jóvenes?, ¿qué se hicieron? ¿Qué flautista de Hamelin se los llevó de nuestros mundos vitales? ¿Y cuáles son sus pasiones y sus ideales – si es que aún los hay –, sobre todo las pasiones colectivas, que son decisivas para la calidad moral de la vida adulta? En realidad, si miramos aunque sea superficialmente, cada tanto, y en algunos lados, podemos ver el mundo juvenil: lo vemos en las discotecas, en los amados aperitivos, a veces en el deporte. Vemos también a casi todos los jóvenes en la escuela o en la universidad, donde manifiestan, quizás, su mayor belleza. Pero también en las universidades los vemos fumar mucho, sobre todo a las chicas – ¿quién es el genio que inventó el cigarrillo electrónico? Se merece el Nobel del “mal común” –, después de que durante décadas mi generación había logrado hacer olvidar casi completamente ese humo. Gracias a Dios, a muchos jóvenes los encontramos en el compromismo medioambiental y por los derechos humanos. Pero tristemente hay muchos que no se ven porque están en una habitación sumergidos en sus dispositivos. Cada vez estoy más convencido de que para ver y encontrar a los jóvenes tendríamos que mirar mejor en los sitios donde no miramos lo suficiente, también porque todavía no los conocemos a fondo, lugares que no siempre son peligrosos y malos.
La Iglesia está perdiendo el contacto con los jóvenes, particularmente con los que están por arriba de los 20-25 años, porque sigue usando códigos narrativos pre-modernos para transmitir la fe, y porque a los pocos adolescentes que todavía intercepta les insiste mucho en aspectos sociológicos (la compañía) y emotivos; y así cuando llega la entrada al mundo del trabajo este comienzo de vida adulta se vuelve el final de ese retoño de vida religiosa que no soporta el impacto con la adultez. Para un nuevo encuentro con el mundo juvenil habría una necesidad urgente de nuevos códigos narrativos que anuncien el Evangelio junto a los nuevos descubrimientos científicos, junto al medio ambiente – piénsese en la profecía del Laudato si’ – a la economía, a los derechos, a la pobreza y a las libertades, sin tener miedo del mundo moderno, sino incluyéndolo: la modernidad es hija del cristianismo, no enemiga. Sin esta nueva envoltura de la fe que es pura sustancia, los jóvenes se van a encontrar en una tierra desolada espiritualmente, en la que vivirán muy mal aunque todavía no lo sepan. Y eso es muy injusto.
Credit Foto: © Giuliano Dinon / Archivio MSA