Editorial - La “Dilexi te” del Papa León XIV habla sobre todo de la mala pobreza, o sea de la miseria y de las privaciones, pero sin olvidar la hermosa pobreza del Evangelio.
Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 11/10/2025
En el humanismo cristiano, la palabra pobreza es de un espectro muy amplio: va desde la desesperación del que sufre la pobreza por los demás o por alguna desgracia, hasta el que la elige libremente como un camino de bienaventuranza, una decisión libre que a menudo se convierte en la vía maestra para liberar a los que no la eligieron. En la Iglesia siempre hay, y siempre hubo, miles de mujeres y hombres que se hicieron pobres con la esperanza de ser llamados “bienaventurados” (DT, n. 21), y que luego, más tarde, comprendieron que esa primera bienaventuranza de Jesús la podían escuchar solo haciéndose compañeros de esos pobres que conocen solo el lado oscuro de la pobreza. Si entonces esta pobreza elegida, este “adelanto” del Reino de los cielos, fuese eliminado de la tierra por alcanzarse un “objetivo del milenio”, ese día llegaría un pésimo anuncio para la humanidad, que sin la pobreza evangélica se encontraría infinitamente más pobre y miserable, aunque no lo sepa. La Dilexi te (DT) del papa León XIV habla sobre todo de la mala pobreza – que también podríamos llamar miseria o privación – para impulsarnos a que nos encarguemos de ella y a no “bajar la guardia” (n. 12), pero no olvida la linda pobreza del Evangelio, fundamentalmente las largas sesiones dedicadas a la visión bíblica de la pobreza.
Por los Evangelios y por la vida sabemos que no se puede separar la mirada y el juicio evangélico sobre la pobreza y aquel sobre la riqueza (n. 11). La pobreza no es, de hecho, un estatus individual, no es un rasgo de la personalidad ni un “amargo destino” (n. 14). Por el contrario, es una relación equivocada con las personas, con las instituciones y con los bienes, es un mal relacional, es el resultado de decisiones colectivas e individuales de personas concretas e instituciones concretas. Si existen personas que se encuentran, sin haberlo elegido, en una condición de miseria, eso está profundamente ligado a otras personas e instituciones que se encuentran con riquezas excesivas y a menudo injustas, casi siempre habiéndolo elegido. Sin llegar a decir con eso que tu riqueza es la razón de mi pobreza – tesis que está en la base de muchas envidias sociales ‒, sino solo reconocer la naturaleza fundamentalmente relacional (n. 64), social y política de las pobrezas y las riquezas de los hombres, y más aún de las mujeres (n. 12) y de los niños y niñas. Por eso no es fácil para la Iglesia hablar de pobreza y de pobres, porque haría falta mantener en una tensión vital estas dos dimensiones de la pobreza – la buena y la mala ‒, ya que si se deja afuera a una, no solo se comete un grave error, se sale del Evangelio. La cosa se pone todavía más complicada si llevamos hasta el fondo la lógica paradójica de las bienaventuranzas y vemos que entre los pobres que Jesús llama “bienaventurados” no están solo los pobres Franciscos que escogieron la pobreza, sino también los pobres como Job, aquellos que la pobreza solo la padecieron. Y ahí poder llamar a los dos “bienaventurados”, sin vergüenza. “Bienaventurados los pobres” es también la bienaventuranza de los niños y los moribundos.
Por los Evangelios y por la vida sabemos que no se puede separar la mirada y el juicio evangélico sobre la pobreza y aquel sobre la riqueza (n. 11). La pobreza no es, de hecho, un estatus individual, no es un rasgo de la personalidad ni un “amargo destino” (n. 14). Por el contrario, es una relación equivocada con las personas, con las instituciones y con los bienes, es un mal relacional, es el resultado de decisiones colectivas e individuales de personas concretas e instituciones concretas. Si existen personas que se encuentran, sin haberlo elegido, en una condición de miseria, eso está profundamente ligado a otras personas e instituciones que se encuentran con riquezas excesivas y a menudo injustas, casi siempre habiéndolo elegido. Sin llegar a decir con eso que tu riqueza es la razón de mi pobreza – tesis que está en la base de muchas envidias sociales ‒, sino solo reconocer la naturaleza fundamentalmente relacional (n. 64), social y política de las pobrezas y las riquezas de los hombres, y más aún de las mujeres (n. 12) y de los niños y niñas. Por eso no es fácil para la Iglesia hablar de pobreza y de pobres, porque haría falta mantener en una tensión vital estas dos dimensiones de la pobreza – la buena y la mala ‒, ya que si se deja afuera a una, no solo se comete un grave error, se sale del Evangelio. La cosa se pone todavía más complicada si llevamos hasta el fondo la lógica paradójica de las bienaventuranzas y vemos que entre los pobres que Jesús llama “bienaventurados” no están solo los pobres Franciscos que escogieron la pobreza, sino también los pobres como Job, aquellos que la pobreza solo la padecieron. Y ahí poder llamar a los dos “bienaventurados”, sin vergüenza. “Bienaventurados los pobres” es también la bienaventuranza de los niños y los moribundos.
La Dilexi te es un llamado a la acción de los cristianos y, a la vez, una meditación sobre la pobreza desde la perspectiva del Antiguo y del Nuevo Testamento, desde Pablo, los Padres y la tradición de la Iglesia, con una especial atención a los carismas que han puesto a la pobreza y a los pobres en el centro, como Francisco de Asís (n. 64) y sus tantos amigos y amigas. También es una reflexión sobre la pobreza particular de Jesús (nn. 20-22). Es importante que esta primera exhortación del papa León esté en plena continuidad ‒ ya incluso desde el título, que es el hermano gemelo del Dilexti nos ‒ con el magisterio del papa Francisco sobre la pobreza (n. 3), el tema que estuvo en el centro de su pontificado. El papa Francisco eligió el puesto de Lázaro (Lc 16) debajo de la mesa del rico epulón como su lugar de observación en el mundo. Desde ahí vio personas y cosas – entre ellas las cárceles: n. 62 ‒ diferentes a las que ven los que miran el mundo sentados al lado del rico epulón. Con Dilexi te León nos dice que quiere seguir mirando la Iglesia y el mundo junto a Francisco y al Lázaro de la historia. Y esa es una buena noticia. Los pobres, escribe, “no están por casualidad o por un ciego y amargo destino (n. 14), sin embargo, continúa, “todavía hay algunos que se atreven a afirmarlo, mostrando ceguera y crueldad”. Es importante que el papa León vuelva a conectar, también acá en continuidad con Francisco, esta ceguera y crueldad con la “falsa visión de la meritocracia”, porque esta es una ideología en la que “pareciera que sólo tienen méritos aquellos que han tenido éxito en la vida” (n. 14). Por lo tanto, la meritocracia es una falsa visión. La ideología meritocrática es, de hecho, una de las principales “estructuras de pecado” (nn. 90 ss.) que generan exclusión y luego intentan legitimarla éticamente.
Una última nota. Hoy existe un gran magisterio laico sobre la pobreza no elegida. Es el de Amartya Sen, M. Yunus, Ester Duflo (tres premios Nobel) y de muchos otros estudiosos que nos enseñaron muchas cosas nuevas acerca de la pobreza. Nos mostraron que la pobreza es una privación de libertad, de capacidades (capabilities), por lo tanto es una falta de capitales (sociales, sanitarios, familiares, educativos…) que nos “impiden desarrollar la vida que deseamos vivir” (A. Sen). La falta de capitales se manifiesta como la falta de flujos (ingresos), pero es solamente cuidando los capitales que mañana se podrán mejorar los flujos. Y es a los capitales que deberían orientarse también “las limosnas” (nn. 115 y ss.), como hacen los muchos carismas de la Iglesia desde hace tantos siglos (nn. 76 y ss.), combatiendo la miseria “en capitales”, construyendo escuelas u hospitales. Esperamos que los futuros documentos pontificios incluyan este magisterio laico sobre la pobreza, a esta altura esencial para entenderla y para tratarla. Y esperamos que el mundo laico también descubra la belleza de la pobreza elegida. Porque para el mundo, incluso para la mejor parte de este mundo, la pobreza solo es un mal que hay que erradicar. Y eso en realidad es muy poco.
Credit Foto: © Diego Sarà