Y el corazón se volvió raíz

Y el corazón se volvió raíz

Lógica carismática/7 – Las comunidades siguen vivas después del fundador si se transforman de “animales” en “plantas”.

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 31/10/2021

 «La punta de las raíces, puesto que tiene el poder de dirigir los movimientos de las partes adyacentes, actúa como el cerebro de un animal».

Charles Darwin, El poder del movimiento en las plantas.

En las comunidades carismáticas no hay empleados, sino personas con vocación y con el mismo ADN del fundador. Por eso pueden salvarse: las raíces vitales no son pasado, sino presente y futuro.

En esta época de urgente cambio ecológico y económico, algunos empiezan a fijarse en las plantas buscando nueva inspiración para salvarnos a nosotros del planeta y al planeta de nosotros. Mientras concibamos la sostenibilidad dentro del mismo paradigma, razonaremos como si pudiéramos resolver los problemas con la misma máquina que los ha producido. En particular, el sistema económico capitalista ha crecido siguiendo un modelo animal. Cuando el animal homo sapiens tuvo que imaginar la economía, la fábrica y la empresa, las diseñó a su imagen. 

Hemos construido empresas e instituciones “animales”, con una fuerte división y especialización de funciones, con un “cerebro” y un “corazón” del que dependen todos los demás órganos. Estas “instituciones animales” han aprendido a correr a gran velocidad y se han hecho cada vez más eficientes, depredando y devorando recursos. Gracias a estas alocadas carreras de empresas y consumos, la economía y el PIB han crecido produciendo excelsos resultados. Pero un día llegaron a superar el umbral de la llamada “tragedia de los bienes comunes”, que todos, espectadores y víctimas, estamos observando juntos.

La economía no ha imitado a las plantas – como expuse en un artículo de marzo de 2016 publicado en este mismo medio, titulado “el tiempo de la tela de araña” –. Las plantas, a diferencia de los animales, están ancladas al suelo, y para responder a la enorme vulnerabilidad que implica la imposibilidad de moverse, no han desarrollado órganos especializados como los animales (si tienes corazón e hígado y no puedes escapar, un animal puede matarte si te come un órgano vital). Han aprendido a respirar, ver y sentir con todo su cuerpo. De ahí su gran resiliencia: a un animal se le mata golpeándole en el corazón; en cambio una planta puede sobrevivir aun perdiendo el 80% o el 90% del cuerpo. Incluso un tronco talado puede conocer un nuevo brote. En la Biblia la imagen del árbol, la viña y la semilla se usa muchas veces para indicar el Pueblo, la Iglesia y el Reino de los Cielos.

La vida de las plantas tiene mucho que sugerir también a las comunidades carismáticas, que nacen de uno o varios fundadores. Estos dan a la comunidad carismática una forma parecida a la del animal. El fundador es necesariamente el centro (corazón), y cada uno de los órganos y funciones depende del centro. A continuación, esta configuración se replica en todas las funciones y comunidades locales, que reproducen el mismo modelo central. En las comunidades carismáticas, a diferencia de las organizaciones burocráticas (es decir “gobernadas racionalmente por oficinas” y no por los carismas de las personas), las responsabilidades y los roles dependen directamente del fundador. Se crean en base a un reparto de confianza, por un pacto implícito de reconocimiento mutuo. Esto permite, en la primera fase de su desarrollo, que las comunidades corran a gran velocidad, vuelen a gran altura como las águilas.

Pero, tal y como nos ha enseñado Max Weber, la autoridad de tipo carismático acaba con la desaparición del líder carismático, cuando el carisma comienza a hacerse rutina y la organización comienza a ser burocrática. En siglos pasados, la fase carismática de los movimientos generalmente duraba poco tiempo, y por tanto era más fácil observar claramente las diferencias entre el gobierno de la fase carismática y el de la fase posterior. En cambio, en nuestro tiempo los fundadores permanecen largo tiempo en sus organizaciones. Lo que ocurre en estos casos es que se desarrolla cierta burocracia, mientras el fundador todavía guía a su comunidad, con el fin de que la vida comunitaria sea ordenada y racional. Es el comienzo de cierta burocracia carismática. En esta fase de proto-institucionalización del carisma es donde se concentran los desafíos decisivos para el futuro. ¿Por qué? Mientras el fundador está vivo, la organización está inevitablemente pensada en torno al papel central y único del fundador. En caso contrario no podría desarrollarse. Pero los problemas surgen cuando estas primeras formas organizativas híbridas carisma-institución pasan a la generación post-fundador como parte esencial de la herencia inmodificable del carisma. Los primeros odres y el vino se convierten casi en lo mismo. De este modo, cuando el fundador sale de escena, quien le sustituye se encuentra con una organización pensada “por y para” el fundador. Debe interpretar un papel para el que no cuenta con recursos, porque sencillamente el papel pensado por el fundador solo es posible para el fundador.

El sucesor se encuentra en el centro de todas las conexiones y circulaciones de la comunidad, sin estar en condiciones de gestionarlas. El fundador tenía dotes y características espirituales y humanas únicas, como fundador. Su sucesor, por el contrario, no puede ni debe desempeñar la misma función de corazón de su comunidad – y si lo hace crea una nueva comunidad –. Pero si debe asumir el mismo estilo de gobierno del fundador, es inevitable que haya problemas. Las decisiones se retrasan y el trabajo ordinario se acumula. La práctica totalidad de los recursos se emplea en la gestión de las dinámicas internas y no quedan energías libres para pensar estratégicamente en el futuro: un hoy imposible de gestionar se come el mañana.

Esto ocurre porque el fundador, cuando comienza a escribir la regla y por tanto el papel del presidente y el gobierno de su comunidad, tiene en mente a sí mismo y su gobierno, y toma su experiencia de fundador-presidente como modelo para diseñar la figura de los futuros presidentes y el futuro gobierno. Los expertos le recuerdan que el futuro presidente no podrá desempeñar las mismas funciones que el fundador, y a menudo el mismo fundador es consciente de ello. Pero la comunidad y el fundador no tienen otro material que el pasado y el presente. De este modo la regla comunitaria acaba inevitablemente siendo una fotografía de la realidad que la escribe.

Esta es una de las razones que explica las dificultades que encuentran hoy los movimientos y las comunidades para gestionar la fase post-fundación, para “ejecutar” la partitura recibida en herencia. ¿Qué hacer, entonces? Si queremos ser completamente honestos, debemos decir que la organización generada y querida por el fundador en cierto sentido muere el día en que el fundador sale de escena, muere con la muerte de su corazón. Esta es la primera, decisiva e inevitable vulnerabilidad de la organización animal generada en la primera fase. No muere el carisma, solo muere la primera organización que el carisma ha generado. Pero – esto es lo importante – si la primera organización no muere puede que en su lugar muera el carisma.

Para evitar equívocos, es necesario tener bien presente que en la tradición y a menudo también en la regla escrita por un fundador, hay una parte que se refiere a la forma de vida de la nueva personalidad espiritual (individual y colectiva) que el carisma trae a la tierra, que puede cambiar en el tiempo solo en aspectos muy marginales. Pero en las tradiciones escritas y orales de las comunidades espirituales (sobre todo en las modernas) casi siempre se encuentra también la descripción de las reglas de gobierno y la organización práctica de la comunidad. Esta segunda parte incluye también dimensiones carismáticas fundacionales y originales que no hay que perder (una comunidad carismática tiene una necesidad esencial de una gobernanza coherente con el carisma que la ha generado). Pero hay prácticas y reglas pensadas a medida del fundador y de su “organización animal” que, si no cambian pronto, acaban bloqueando el desarrollo de la comunidad. Es una operación fácil (quizá) de decir pero muy difícil de realizar, porque los discípulos del fundador instintivamente tienden a considerar intocable y “sagrada” la regla y tradición, sobre todo cuando las ha pensado el fundador mismo.

De ahí la propuesta. Volviendo a nuestra analogía, en la fase de transición del fundador a sus sucesores, la organización carismática debería transformarse de organización animal a organización planta. La comunidad puede sustituir al fundador con un presidente, cambiar de corazón y mantener la gobernanza anterior. Esta solución no funciona, porque no puede funcionar. Pero también puede decidir cambiar muchas cosas para salvar lo esencial. Y por tanto modificar la parte “práctica” de la regla, y crear una gobernanza vegetal. Puede distribuir las funciones, anteriormente acumuladas en el centro, por todo el cuerpo, y crear una verdadera gobernanza subsidiaria. Como la de las plantas, donde el ataque de un parásito a una hoja lo resuelve en primer lugar la propia hoja, y si esta no lo consigue le ayudan las hojas cercanas y después toda la rama y finalmente las ramas más lejanas e incluso los árboles cercanos. Aprende a respirar, pensar y sentir con todo el cuerpo.  Un inciso: las comunidades monásticas nacen de forma parecida a las plantas: su centro no es el fundador, ni mucho menos el abad. Su raíz es la regla, y por eso muchos monasterios han vivido y viven durante siglos, como los grandes árboles.

¿Cómo se asegura la unidad de una organización planta? Las plantas también tienen un gobierno, no menos eficiente que el de los animales, que está concentrado sobre todo en su código genético y, para ciertas funciones, en las raíces. En las generaciones posteriores al fundador, la unidad de la comunidad y las decisiones más importantes se confían al ADN y a las raíces del carisma. Las comunidades carismáticas pueden hacerlo, porque a diferencia de las empresas, ellas no tienen empleados: tienen personas con vocación, y por tanto con el mismo ADN espiritual del fundador (un franciscano tiene el mismo “código genético” de Francisco; no lo aprende, sino que lo descubre, porque ya estaba en su alma). Así pues, las personas son la primera garantía de que la comunidad tendrá futuro – tal es su fuerza, tal su vulnerabilidad –. Muchas de las cosas que hacía antes el corazón, ahora las podrá hacer todo el cuerpo, si el carisma se convierte en raíz. Bajo tierra, invisibles, las raíces sostienen y alimentan a todo el árbol; sienten y, como un cerebro distinto, envían mensajes a toda la planta, en diálogo con la tierra. No cometamos el error de pensar que las raíces son el pasado, tal vez inmutable y estático. Las raíces de las plantas son también el pasado, pero sobre todo son el presente y el futuro. Si un carisma logra hacerse planta será resiliente a las crisis, y será muy difícil que muera. Pero debe bajar la velocidad, desarrollar nuevos sentidos, crecer en profundidad, conocer todo el bosque y aprender nuevos lenguajes para cooperar con árboles distintos.

Las plantas han desarrollado su resiliencia para responder a los desafíos del ambiente: una gran vulnerabilidad debida a su anclaje al suelo las ha obligado a dotarse de organizaciones muy distintas a las del reino animal, para poder sobrevivir. La vulnerabilidad que nace de la imposibilidad de moverse se ha convertido en su ventaja evolutiva. Cuando los fundadores desaparecen, el ambiente cambia profundamente, y se experimenta una vulnerabilidad nueva y distinta. La sabiduría de las plantas nos puede sugerir cómo transformar lesa debilidad en fortaleza, y seguir adelante con la vida: «Es como un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da a su tiempo el fruto» (Salmo 1,3).


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